lunes, 16 de febrero de 2009

Yo quiero ser y estar en Roma*



A ver, en qué pensabas hoy cuando al levantarte sólo diste rastro de esas gotas traicionadas por la gravedad que surcaban a lo largo de tus mejillas? Mientras dabas vueltas y vueltas en la cama, tratando de entender qué fue lo malo que pasó, qué dirías y de por supuesto descansar los ojos y continuar en Roma, en la Plaza San Pedro. Necesitabas de ella, de tu segundo apoyo incondicional, quién más que ella para hacerte saber que era suficiente.
Te levantaste con las pocas fuerzas que aquel día soleado que después de días lluviosos, hacía su aparición. ¿Qué ironía, no? Tenías que cumplir con los deberes del día, a pesar de estar de vacaciones, tienes un deber contigo misma. Calles, personas, más calles, más personas, tú y tus pensamientos absorben aquel puente que cruzas hasta llegar al otro lado, ves lo hermoso es aquel campo que no te da más que orgullo y ganas de seguir.
Preguntas antes de coger el jabón, lista para que un baño te reponga, lo logrará?, si todo no fue una simple equivocación o algo que realmente no viste. No, no fue así, estás totalmente convencida de ello. Quizá lo primero te dejaría tranquila, lo segundo, te mata al darte cuenta que lo único que genera en ti es decepción, eso, decepción.
Clase de italiano, el idioma que más te gusta, casi te quedas dormida en plena clase al frente de tu mejor profesor, a ese que le simpatizas por ser la más piccolina.
Y al parecer el destino te da una oportunidad más para ser Roma. Vamos, nada qué pierdes intentándolo? Quieres que lo sea? Destino obstinado o quizás tú, la obstinada. Mañana, pasado, cuándo? Cuando estés "libre".
Regresas cansada no sólo de tanto ejercicio y tanto tragín, cansada de cometer los mismos errores, cansada de lo mismo y de los mismos.